Una reflexión para jóvenes que quieren vivir una fe auténtica en medio de las ofertas del mundo.

Entre dos caminos: la atracción del mundo vs. el llamado de Cristo

Vivimos en una época donde todo parece estar al alcance de la mano. Redes sociales, entretenimiento ilimitado, libertades individuales, experiencias intensas… El mundo grita: “¡Haz lo que te hace feliz!”, mientras Jesús susurra: “Sígueme” (Lucas 9:23). Y entonces surge la gran pregunta: ¿vale la pena seguir a Cristo cuando el mundo ofrece tanto?

Para muchos jóvenes cristianos, esta es una pregunta real, no solo teórica. No se trata simplemente de elegir entre lo bueno y lo malo, sino entre lo inmediato y lo eterno. Entre lo fácil y lo verdadero. Porque sí, seguir a Cristo tiene un costo. Lo dijo Él mismo: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:38, RVR1960). ¿Pero qué significa esto en la vida cotidiana de un joven?

El mundo te ofrece gratificación, Cristo te ofrece transformación

Hoy, la cultura promueve un estilo de vida basado en la gratificación instantánea. ¿Quieres sentirte validado? Sube una foto. ¿Te sientes triste? Escápate con música, una serie, o una relación superficial. ¿Buscas sentido? Sigue a los influencers que “lo tienen todo”.

Pero en medio de esa avalancha de opciones, la promesa de Jesús sigue de pie: “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10, NVI). No una vida decorada con likes, sino una vida profundamente transformada desde el corazón.

Entonces, ¿por qué esa vida a veces parece menos atractiva? Porque requiere paciencia. Porque implica morir al ego, resistir tentaciones, y dejar que Dios forme carácter en ti. No suena muy glamoroso, ¿verdad? Pero es real. Y en un mundo saturado de lo superficial, lo real es lo más valioso.

Lo que pierdes… y lo que ganas

Seguir a Cristo significa decirle “no” a muchas cosas que el mundo aplaude. Tal vez pierdas amistades que no entienden tu fe. Tal vez tengas que renunciar a ciertos hábitos, ambientes, o relaciones. Y sí, eso duele. Pero también es parte del crecimiento espiritual. Jesús no ocultó este costo: “El que quiere salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mateo 16:25, NVI).

Sin embargo, lo que ganas es infinitamente mayor. Ganas identidad: ya no dependes de la aprobación de otros. Ganas dirección: tus decisiones tienen propósito eterno. Ganas comunidad: la Iglesia se convierte en familia. Ganas paz: no la que depende de circunstancias, sino la que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). Y sobre todo, ganas a Cristo mismo, quien nunca te dejará.

¿Y si nadie más elige este camino?

Puede que te sientas solo. Puede que incluso dentro de tu iglesia haya jóvenes que viven con un pie en cada lado. Pero no estás solo. El mismo Espíritu que levantó a Jesús de los muertos vive en ti (Romanos 8:11). ¿No es eso suficiente para sostenerte?

Además, Jesús siempre ha sido contracultural. Cuando todos van en una dirección, Él llama a ir por el camino angosto (Mateo 7:13-14). No porque quiera complicarte la vida, sino porque ese camino es el que lleva a la verdadera libertad. ¿Te atreves a caminarlo?

Testimonio y verdad: cuando lo “poco” se vuelve todo

Hay un joven en la Biblia que me inspira mucho. Su nombre es Moisés. Aunque tenía acceso a todos los placeres y privilegios de Egipto, escogió “ser maltratado con el pueblo de Dios” antes que gozar de los placeres temporales del pecado (Hebreos 11:25). ¿Te imaginas rechazar todo eso? Lo hizo porque veía algo más grande: la recompensa.

Yo mismo recuerdo momentos en mi juventud en los que decir “sí” a Cristo significaba decir “no” a oportunidades que parecían prometedoras. A veces me sentí tonto o fuera de lugar. Pero hoy, mirando hacia atrás, puedo decir que cada decisión que tomé por fidelidad valió la pena. No porque fue fácil, sino porque me formó, me sostuvo y me acercó más a Jesús.

Y tú, ¿qué decisiones estás tomando hoy? ¿Estás eligiendo lo que el mundo celebra o lo que el Reino recompensa?

Conclusión: La mejor oferta de todas

Es cierto: el mundo ofrece mucho. Pero todo lo que ofrece es temporal. El gozo se acaba. Las tendencias cambian. Las promesas se rompen. Cristo, en cambio, ofrece algo que ningún algoritmo puede darte: una vida con propósito eterno, sostenida por Su amor incondicional.

¿Vale la pena seguir a Cristo cuando el mundo ofrece tanto? Sí. Porque lo que Cristo da no es comparable con lo que el mundo promete. Y cuando lo pruebas de verdad, ya no quieres nada más.


🙋‍♂️ ¿Y ahora qué?

Tal vez esta reflexión te haya incomodado un poco. Eso está bien. A veces el Espíritu Santo sacude nuestra zona de confort para llevarnos a una fe más firme. Si estás luchando con decisiones, tentaciones o dudas, no las ignores. Llévalas a Cristo en oración. Habla con un mentor o un amigo cristiano maduro. Y recuerda: vale la pena. Siempre ha valido. Siempre valdrá.